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Cuento en verso de cierta catarsis

  ¡El mapa no decía nada! Entonces caminando por la cuadra fui con aquella anciana. Ella desde ya unos metros que me miraba de reojo, con su arrugada cara, y moviendo los párpados de sus pequeños ojos, ladeaba de arriba abajo su nariz aguzada. Lucía vieja y desdeñada, llevaba la apariencia de quien la atención no atrae nada, mas así como estaba yo todavía no la conocía como para juzgarla, ¡y allí, a ella me aproximé y le pregunté cómo podía volver a mi casa! ¡Oh, viejita, si tú supieras cómo volver a la tuya, ya lo habrías hecho! Y si así fuera, yo no te vería a esta altura, de tu vida de largo trecho; esas razones le planteaba a mi ser, sin buen argumento. Entonces la anciana con rostro de benevolencia permanente, cuando le pregunté, dijo al momento: "Pequeña criatura, no deberías quedarte en tan mal cuento; te diré cómo huir de este sueño..." "... Camina con seguridad hacia la esquina, por la cuadra, al llegar arriba de esa subida, verás una camioneta blanca. Te acerca

Cuento en verso de un sacrificio sordo

  Más lo leo y menos me gusta. Narra hechos que me asustan. Es el cuento de una niña muda, que se comunica con una tumba. La lápida le habla de amores, cuyos dolores son justificados. La joven criatura no entiende abstracciones, pero cree que debe quedársele al lado. Pues allí yace alguien importante, que por sobre todo la ha amado. No se trata de más ni menos que un pariente, cuya sangre heredó la ternura de ya ocho años. Más indago, y peor se torna la cosa. Pues la muerte suya fue algo tortuosa, ¡y además de eso, fue culpa de la mocosa! Que se quedó sin palabras al verle caer sin vida en la baldosa . Dedicado a la palabra juvenil que cae en oídos de adultos sordos.

Cuento en verso de un "¿Cómo se lo digo?"

  "Ay... ¿Cómo se lo digo?", suspiraba mi triste niño; me acerqué al adolorido, y sentándome a su lado acomodé sus rizos. "¿Qué te aqueja tanto, mi terroncito?", murmuré afectuosa a mi tierno hijo. "¡Alguien a quien estimo me ha herido el orgullo! No puedo perdonarle, si lo hago me portaré demasiado tolerante, o hipócrita como un tartufo; deambula a mi alrededor a buena gana y gusto, mi enojo crece a cada minuto".  Como lo conozco mejor que nadie, porque soy su madre, lo exhorté mucho... Y con paciencia, le conté un cuento sumamente viejo, que no lo afligió menos, pero le hizo pensar algo bueno; y fue aquello lo que a su idea le hizo dar en el anzuelo. El chiquillo, inteligente como cuervo, le escribió una carta a su amigo el perro. Que decía así, lo que escribió mi pequeño buen mozo: "Querido Samir, me haz herido el orgullo y yo no te perdono. Me agradas y todo, pero debes entender que me distanciaré de ti. Firma tu amigo el bobo, ése que aterrizó en

Un gatito de Navidad (Cuento)

 Mérida tenía un gatito llamado Navidad. Fue en la víspera de la festividad que lo encontró por las calles, entonces no dudó ni un momento en llevarlo a casa. Sus ojos eran de un color ámbar amarillento, como los de un par de cascabeles; tenía un maullido muy agudo, su pelaje era completamente blanco y se le volvía esponjoso por su volumen. El gatito Navidad tenía ocho años de vida ya, cuando Mérida lo adoptó. Le resultaba extraño el cambio, de tener que alimentarse con aves o ratones, a comer una comida artificial, con delicioso aroma; o de recibir baños; o la novedad de dormir en una calentita cama, en compañía de su dueña, en vez de acurrucarse bajo un auto o entre los matorrales menos fríos. Navidad no era arisco con los humanos, más bien era mimoso, pero nunca había sido adoptado por uno. Mérida lo cuidó mucho, lo domesticó para volverse un gato casero; con el tiempo, Navidad ya no perseguía a las aves o ratones que se le cruzaban; tampoco le parecía acogedor un matorral, o debajo

Cuento en verso a los educadores

  Y es que ese día alguien le dijo "te vi brillar en lo alto", cuando nadie tenía ojos más que para lucir lentes hermosos. El pintorcito no sabía que conocerían su mundo extraño, porque él siempre vio a la humanidad egoísta, cavando sus propios pozos. Pero sucedió y a la petición accedió; aquel pintaba en el mural unas lindas azucenas, la directora de la escuela estaba maravillada con el estudiante. Le gritó, temiendo de que se cayera: "¡me encanta, agrégale una fuente!" Y el jovencito terminó las flores, faltándole la fuente de aguas claras; la directora sosteniendo la escalera a él le alentaba, con mil amores. Dio unas marcas, el pulso no le temblaba, y bosquejó una cara sonriente. Pintó otro buen rato, sin dudar de si su corazón le aconsejaba lo conveniente. Cuando sus pies tocaron el suelo, la directora lagrimeaba a consciencia. Y alzando los brazos le exclamó al pintorcito, muy contenta: "¡No lo compares con  una cascada, ni con los mares de todo el planet

Se es hijo siempre (Cuento)

  Ese invierno fue muy crudo para Antonio, colmado de desgracia hasta que se armó otra mudanza. Él no creía en la mala suerte, hasta que sufrió hechos que describiría como sobrenaturales, ocurridos en la casa de sus padres.  Sus problemas iniciaron cuando lo despidieron de la oficina. Su novia le dejó, harta de apoyarlo, y que aquel sintiera no poder con el mundo y la vida. Entonces se tuvo que mudar del apartamento en el que solía compartir con su concubina, a la casa en la que vivía con sus papás, al lado de la tipa chusma; hacía tanto tiempo que no visitaba su barrio de cuando era chico. Cuando bajó del remís, le dijo al chofer que se quedara con el cambio, a pesar de necesitarlo, y luego de desacomodarse la corbata bajó él solo sus pertenencias. Tres cajas apiladas y una bolsa plástica con cierre hérmetico colgada al dedo anular. Miró el patio del frente de la casa, que ahora le parecía casita; vio todo el pasto muy alto, plagado de yuyerío y bichos, y dejó las cosas al otro lado d

Perla encerrada (Cuento)

 Del escritorio de Perla. "...Fuera de estas oficinas hay un pasillo. Detrás de la computadora, sentada, doy ojeadas a la puerta cuando se abre; se ve que hay una luz diferente allí. Desde aquí se nota que es de otro color, más amarilla, da la impresión de que es más cálida incluso. Cuando mis colegas ventilan las oficinas del olor a cigarro, que incluye la mía, se ve que allí hay unas cortinas verdes que van y vienen. Tiene ventanas; e imagino que cuando las cortinas bailan, es porque el sonido de las aves puede filtrarse al pasillo, entre aquellas. Cuando el ruido de las teclas no me perfora las orejas, ni choca con los modestos pendientes que cuelgan de ellas, que sucede cuando bebo el café, me abstengo de pensar y escucho; puedo escuchar apenas, un cotorreo, o uno que otro pajarito, en el inmenso silencio vocal de las oficinas. Sin los aretes puestos, el maquillaje debido, o la sonrisa, escucho gritos. Y es entonces que prefiero no objetar y amargarme entre las teclas, aunque

El último sueño (Cuento)

  María Elena estaba mirando el viejo álbum de las fotos que tenían juntos. Aquella de cuando le enseñaron a andar en bicicleta a su hijo; otra de su primer embarazo, el de aquel añorado bebé que nunca llegó a casa. Miraba con cariño una que otra de las caras jóvenes de ella y su marido, en el viejo papel blanco y negro. Sus amigas más cercanas; la familia que amó desde la cuna. Los lugares que visitaron juntos, las cosas que decoraban sus estantes; personas que ya no están para conversar o tomarse una copa. El viejo álbum de fotos siempre estaba ahí, a la mano para ella; pensó, dejando el libro a un costado del sofá, en el amor que sentía al estar mirándolo en ese momento. Se preguntó por qué estaba rememorando todo aquello que jamás viviría otra vez. María Elena estaba enferma, sola, y no le quedaban muchos días de luz. Le quedaba menos de lo que ella misma se esperaba del tiempo, y tenía tantas cosas que quería hacer, tantas que pudo haberse tomado la molestia de realizar, tantas fr

El lobo y la calandria (Cuento)

Estaba sentado el viejo lobo, en la misma roca de siempre, con las patas delanteras bien ubicadas y los hombros caídos; mirándose el reflejo en el agua del lago artificial, en la reserva donde vivía. Taciturno; así lo describía su amiga la calandria, quien voló desde el nido de su árbol a una piedrecita cerca de él. -Hoy también estamos pensativos.-Dijo la avecilla. -¿Quién es él?-Preguntó Félix, mirando su reflejo. El pobre lobo Félix padecía de una pérdida de la memoria constantemente, que iba en un deterioro progresivo por su avanzada edad. Los colmillos se le habían caído; el pelaje perdió su suavidad y era todo pinchoso como gris descolorido. Y en su malestar, sucedía que al día siguiente se olvidaba de qué había hecho o hablado el día anterior. O incluso momentos antes. No podía mantener conversaciones, ni mantenerse casi en pie. Por eso mismo, el solitario, no tenía más amigos. -Oh, no importa quién sea, salvo que está ahí. -No lo entiendo. Está ahí sin ser.-Se confundía más el

De una ramita (Cuento)

  Existe cierto pueblito llamado Chayla, que habita en cada uno de nosotros; muy, muy dentro nuestro. Cada casita tiene el retrato de una flor distinta, en vez de una placa con la numeración. La gente usa ropas coloridas siempre, y es ley cantar a los extranjeros que visiten el pueblo, y que ellos canten una canción. Un día llegó un flautista al pueblo, desamparado de un hogar y errante, con una última esperanza teniéndolo en pie. Fue bien recibido con una canción que había escrito una joven llamada Castalia, una dulce cantautora de ojos almendrados y rizos color miel. El alcalde del pueblo dio la señal, y todos los presentes cantaron al compás de un aplauso, alegrando al flautista ¡cuán bien recibido fue! El flautista se llamaba Adir, y era un joven alto, de traje azul, y nariz extravagante. La gente del pueblo cantó y esperó que el flautista hiciera lo mismo. -Me disculpo...-Comenzó a decir Adir- pero mi voz es la melodía de la flauta, que no se compara a todas sus magníficas voces a

Su reina (Cuento: microrrelato)

Ella era su reina. No tenía una resplandeciente corona, y sus ropas tampoco eran extravagantes. Nunca tuvo servidumbre alguna. Era conocida por un nombre común, llevado por muchas en el pueblo. Sus órdenes eran inquebrantables y sus promesas traían luz en la desesperanza. Era una comerciante astuta y muy conocida por su solidaridad. La reina lo amó infinitamente, él la admiró con eterna ternura. Hoy la reina ya no está con él, pero él tiene una certeza: en el cielo hay un castillo.

Cuento en verso de un catión

  Quiero contemplar de nuevo tu belleza, entender que no existe otra musa con tu luz. Tengo un romance por escribir en tu novela. Vamos de la mano, que en la portada figura nuestra actitud. Uno poco a poco nuestros cuadros, si se funden bien tal vez parezcan una misma obra. Tengo pensado la música y los cantos; para encajar en tu vida; oh, tu morada cautelosa. Debo recitarte... Versos que te gusta que te cante. Un parpadeo suave, y esos ojitos oscuros que fulminan... Y   yo no sé a dónde arrojé la vida. Mi pecho palpita, grita que es tu alegre víctima... ¿No lo sabes? Qué respuesta tan sencilla. ¡Porque así eres, mi dicha! Te contemplo y te me haces vitamina. Cálida, ¡guardas mi amor y con ternura lo abrigas! Oh, a tu lado, ¿qué infusión de "te quiero" se enfría? ¡Para mí tú siempre brillas! Y aunque no sonrías, siempre te verás muy bonita. Oh, belleza de ideas, y tus azucaradas palabras que contagian... bizarra energía.

Cuento en verso de una última confesión

  "Gracias a tu buen sentido nos hemos perdido, se nota que de ellos no eres hijo; pues hermano querido no existe, con muestras de cariño; a menos que en genes sea ajeno, distinto". Una mirada que notaba desdén calcinaba mis mejillas, pues, ¡qué vergüenza la mía!, al tratar así a mi compañía. Al volante hizo lo que podía, el que era mi hermano, una mañanita, en la que me llevaba al campamento de verano. En el viaje mi enojo aumentaba, ¡por su culpa llegaría tarde! Miraba los camiones, por la ventanilla, tan raudos; entonces sin querer solté que mejor se orientaba nuestro padre... Y hablando de sangre, en plena ruta le confesé que era adoptado. El huérfano, me sonrió por última vez antes de colicionar el auto; ya que, para la muerte , todos son hijos de un fulano. ¡Todo tiene su momento!