Se es hijo siempre (Cuento)

 


Ese invierno fue muy crudo para Antonio, colmado de desgracia hasta que se armó otra mudanza. Él no creía en la mala suerte, hasta que sufrió hechos que describiría como sobrenaturales, ocurridos en la casa de sus padres.

 Sus problemas iniciaron cuando lo despidieron de la oficina. Su novia le dejó, harta de apoyarlo, y que aquel sintiera no poder con el mundo y la vida. Entonces se tuvo que mudar del apartamento en el que solía compartir con su concubina, a la casa en la que vivía con sus papás, al lado de la tipa chusma; hacía tanto tiempo que no visitaba su barrio de cuando era chico.

Cuando bajó del remís, le dijo al chofer que se quedara con el cambio, a pesar de necesitarlo, y luego de desacomodarse la corbata bajó él solo sus pertenencias. Tres cajas apiladas y una bolsa plástica con cierre hérmetico colgada al dedo anular. Miró el patio del frente de la casa, que ahora le parecía casita; vio todo el pasto muy alto, plagado de yuyerío y bichos, y dejó las cosas al otro lado de la verja, que no le sobrepasaba la cadera. Antes de abrir la puertecita, que apenas la trababa un alambre oxidado enroscado a un gancho en la viga de concreto, dio un vistazo más alrededor de la calle. Hasta el momento, no se había percatado de la tipa, que ahora era la vieja, que lo estaba viendo desde la casa de al lado.


-¡Tanto tiempo, doña Luisa! ¿Se acuerda de mí?

La vieja, silenciosamente sentada en el banquito, con el bastón apoyado en la pared de su desdeñada casa, entrecerró los ojos de su arrugada cara y metiendo las manos bajo el poncho le respondió levantándose con su debilitado cuerpo para irse adentro:


-¡Sí, cómo no me voy a acordar de vos, Jorgito! Si ayer mismo tomamos mate acá, pero no hacía tanto frío como ahora. Abrigate, nene...


Y se metió de prepo, azotando la puerta. La chusma se había confundido, porque su papá se llamaba Jorge, y ella le decía Jorgito de cariño. Años atrás era muy entrometida en la vida de sus vecinos, ahora parecía serlo un tanto más, sólo que le fallaba la vista y el raciocinio. No se la veía nada bien. No lo meditó mucho, porque no es que le importara darle vueltas al asunto, pasó la valla y abrió la puerta de la casa, tenía la llave guardada de hace años en un cajón.


Esa tarde, Jorge estaba muy contento de volver a ver a su hijo de nuevo.


Por su parte, Antonio aseó la casa. Sacudió telarañas en las esquinas de las habitaciones y recuerdos en los recovecos de su memoria de la infancia. Se acordó de su vieja, madre amada, al contar los libros en la biblioteca, la cual no le dejaban tocar de chico por probable derrumbe, y se conmovió al toparse con la biblia gastada que le había comprado para su cumpleaños número cuarenta, antes de que ella los abandonara. Y de su viejo, que Antonio cree que le está haciendo compañía a ella, desde hace dos años atrás; como cualquier chico que contempla a sus padres juntos.


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