De una ramita (Cuento)

 

Existe cierto pueblito llamado Chayla, que habita en cada uno de nosotros; muy, muy dentro nuestro. Cada casita tiene el retrato de una flor distinta, en vez de una placa con la numeración. La gente usa ropas coloridas siempre, y es ley cantar a los extranjeros que visiten el pueblo, y que ellos canten una canción.

Un día llegó un flautista al pueblo, desamparado de un hogar y errante, con una última esperanza teniéndolo en pie.

Fue bien recibido con una canción que había escrito una joven llamada Castalia, una dulce cantautora de ojos almendrados y rizos color miel. El alcalde del pueblo dio la señal, y todos los presentes cantaron al compás de un aplauso, alegrando al flautista ¡cuán bien recibido fue! El flautista se llamaba Adir, y era un joven alto, de traje azul, y nariz extravagante.

La gente del pueblo cantó y esperó que el flautista hiciera lo mismo.

-Me disculpo...-Comenzó a decir Adir- pero mi voz es la melodía de la flauta, que no se compara a todas sus magníficas voces al unísono. Llegué para quedarme a compartir, y sé que aprenderé a cantar tan maravilloso como ustedes.

Se oyeron aplausos, la gente estaba conmovida por el saludo de Adir, quien era muy amable; entonces, él hizo una reverencia y comenzó a tocar una melodía con su flauta de madera. El instrumento era de una madera clarita, y a un borde se veía un ramito con pequeñas hojas. Las personas del pueblo de Chayla aclamaron la divertida melodía de Adir.

El alcalde chisteó y a risotadas fue haciendo que el tumulto de gente bajara la voz, y preguntó a Adir por la ramita en la flauta. El flautista suspiró, y respondió con toda sinceridad:

-Alcalde, esta flauta no es como cualquier otra. Es una flauta mágica, y es la última gota de vida del pueblo donde nací, y del que vengo.

La gente comenzó a susurrar entre sí, cada vez más interesada sobre qué había pasado con el pueblo de Adir.

-El pueblo donde nací y me crie -prosiguió Adir- ha sido devastado hasta las cenizas. Había un único y gigante árbol donde habitaban muchas especies de animalitos; era mágico y proveía de vida al pueblo, volviendo toda la tierra fértil con sus raíces. Una mañana, el árbol había sido arrancado del suelo...-Adir abrazó su flauta, aguantando unas lágrimas en sus ojos y continuó relatando- ¡el alcalde de mi pueblo había mandado a talarlo sin piedad!

Los pueblerinos de Chayla se conmovieron de la sorpresa, y con el dolor de Adir; un silencio reinó entre los presentes. El flautista continuó a toda voz narrando:

-Con el paso del tiempo, la tierra dejó de dar frutos, los animales hace mucho que se habían ido al no tener hogar, y los habitantes debimos de irnos para sobrevivir. Las flores se habían entristecido hasta marchitarse, y con ellas se fueron las mariposas y abejas.

Al pobre flautista se le escapó una lágrima; terminó su relato contando cómo halló una rama del árbol mágico, en la tierra removida que habían dejado ese mismo día que lo desenraizaron, y cómo aquella rama se convirtió por arte de magia en una flauta. Expresó que no sabía la razón de haberla llevado consigo, pero que sentía que era una certera esperanza.

El alcalde dio un aplauso lento, y se ubicó al lado de Adir, poniéndole una mano al hombro.

-¡Pueblo de Chayla!-comenzó a decir- Este joven rescató el más preciado vestigio de la historia de muchos, un pedacito de vida, y lo ha traído aquí a que sea preservado, ¡merece ser bien recibido en nuestro pueblo!

El joven Adir se quedó una temporada en el pueblo, y conoció a Castalia, la cantautora hija del alcalde y quien lo ancló de por vida; era una jovencita de su edad que había escrito la canción con la que le dieron la bienvenida, muchacha como ninguna otra persona que había conocido antes; ni en su pueblo natal, ni en otros que había visitado. Adir y Castalia se enamoraron; Castalia le enseñó a cantar, y Adir aprendió a entonar maravillosamente.

El día de la boda de los enamorados, la flauta se convirtió en un árbol pequeño; idéntico al que había en el desgraciado pueblo de Adir. El arbolito fue plantado en tierra del pueblo de Chayla, y el alcalde anunció a la gente cuando Adir lo estaba abonando:

-¡Pueblo de Chayla, cuando Adir llegó aquí nos anunció que existía un árbol mágico!-la gente murmuraba, entusiasmada por saber qué ocurría, y el alcalde prosiguió- ¡Era ciertamente mágico, no porque se transformara en instrumento, sino porque embelesando nuestros corazones con su melodía pudo hallar dónde prosperar!¡En definitiva, la vida es mágica; siempre halla cómo resurgir!

Durante días la gente celebraba a danzas y cánticos el haber logrado darle un hogar a la futura vida ambiental del arbolito. Los años pasaron; muchos, y muchos años.

El árbol creció, y se convirtió en el hogar de distintos animales, bendijo de vida los suelos de Chayla con vegetación; los colibríes, mariposas y abejas abundaron en las primaveras; el aire del pueblo se volvió más puro, y la música sonó mucho más alegre. Cuando Adir abandonó su pueblo Gólgota, hizo algo muy bueno; al llegar a Chayla, y conocer a Castalia, hizo lo mejor de su vida. Gólgota se volvió inhabitable por la avaricia de su alcalde, quien destruyó la vida; en cambio, el poblado de Chayla prosperó.

Dicen que no se sabe quién falleció primero, si Adir o Castalia; o si se fueron juntos a vivir más allá de la cima del árbol.


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