Cuento en verso de cierta catarsis

 ¡El mapa no decía nada! Entonces caminando por la cuadra fui con aquella anciana.

Ella desde ya unos metros que me miraba de reojo, con su arrugada cara,

y moviendo los párpados de sus pequeños ojos, ladeaba de arriba abajo su nariz aguzada.

Lucía vieja y desdeñada, llevaba la apariencia de quien la atención no atrae nada,

mas así como estaba yo todavía no la conocía como para juzgarla,

¡y allí, a ella me aproximé y le pregunté cómo podía volver a mi casa!


¡Oh, viejita, si tú supieras cómo volver a la tuya, ya lo habrías hecho!

Y si así fuera, yo no te vería a esta altura, de tu vida de largo trecho;

esas razones le planteaba a mi ser, sin buen argumento.

Entonces la anciana con rostro de benevolencia permanente, cuando le pregunté, dijo al momento:

"Pequeña criatura, no deberías quedarte en tan mal cuento; te diré cómo huir de este sueño..."


"... Camina con seguridad hacia la esquina, por la cuadra,

al llegar arriba de esa subida, verás una camioneta blanca.

Te acercarás a sus ventanas oscuras y altas, ¡mirarás a quién reflejará!

Y estarás cara a cara con el temor en el que tu vida odias más."


Esa anciana, de un ángel guía se trataba, ni bien habló emprendió el vuelo,

con sus preciosísimas alas, cual ave de hermoso plumaje, se la llevaba el viento.

En efecto, seguí sus indicaciones y me hallé cara a cara con el terror que a cualquiera deja muerto.


Quise ver a la camioneta por dentro, su interior es insondeable, ¡pero supe de qué se trataba en ese instante!

Mi cuerpo sintió paz, inexplicable; entonces cuando descubrí la raíz de todos los males;

aquellas razones de los ardores, y la somnoliencia que dura añares,

desperté en mi cama, con los ojos inundados en lágrimas,

y dije para mí levantándome de esos horribles mares, plagados de muerte:

"¡Ay, María!, que acudiste a mis dolores, ¡bendita seas tú, entre todas las mujeres!".




Dedicado a quienes más quiero.

Y a quienes quise, aunque ya no les veo.


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