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Una amiga valiente (Cuento)

  -¡Daliaaa!-La llamó Francesca, llegando por el sendero en su bicicleta, vociferando con voz alegre. -¡¡Fraaan!!-Le gritó su amiga, viéndola llegar desde la ventana de su cuarto, en el primer piso. -¡Vamos! -¡Ya bajo!-Le contestó desde lo alto. Ambas fueron ascendiendo por la colina caminando, avanzando en el mismo camino que las conducía al pie de la montaña, desde la casa de Dalia. Era un sendero de tierra, espacio liberado de la vegetación de los pastizales campestres donde vivían. Fran llevaba a menudo su bici, para viajar hasta la casita de Dalia, y allí llamarla para irse a jugar. -Los frenos se rompieron, ¿no te queda difícil frenar?-Acotó la niña rubiecita, de rulos risueños, a su amiga que conducía. -Te enseñaré otro modo que me enseñó mi papá, es divertido ¡Estiras los pies y tocas el suelo con los talones! Mira, así...-Cambió su rumbo, jugando con la bajada de lo que habían recorrido, para enseñarle en la bici. Francesca, una niña optimista en la mayoría del tiempo, era muy

Silbando (Cuento)

  Regresó (por fin, se decía) de otro día rutinario, a su hogar. Creyó muy necesario dejar el bolso en la mesa de la sala del comedor, bien a la vista. Se tomó una fotografía del rostro con su teléfono celular, la revisó, le pareció perfecta; que comunicaría todo aquello que sentía. Dejó el móvil junto al bolso, y avanzó por la sala del monoambiente, imaginando que pisaba un suelo de hielo fino mientras dejaba atrás una sensación que era para el olvido. Sus pasos eran lentos, acompañados por suspiros; mientras los ojos daban una vuelta a las fotografías colgadas en las paredes, se fue desabotonando el cuello, creyendo que así podría respirar un poco mejor. Le pareció extraño ver la ventana entreabierta, ya que vivía sin compañía, y se acercó. Un atardecer precioso, con un espectáculo en el cielo; era un cuadro con óleos rojo amarillento, y blancas pinceladas desordenadas haciendo distintas formas y figuras; unos pájaros de plumaje verde selvático sobrevolaron los cables eléctricos del

Cuento en verso del vagabundo desafortunado

  Un tipo lastimero que miraba el río, allí su bufanda se le había caído. Iba por la costa caminando; mirando la arena, con los pies mojados. Como la fortuna lo traía mal ubicado, se preguntó por qué seguía perdido. Dando un giro, trató de volver sobre sus pasos. Pero el agua borró las huellas de él mismo. "¡Ay, luna, baja la marea nocturna! ¿O te crees dueña de mi camino? El agua anhela cenizas de mi urna, y yo aquí discutiendo contigo." "¡Oh, desafíenme, tú y el río! Incluso, si quieres, trae a más amigos. Pero yo les digo, en nombre de mi amada... ¡Alma que no descansa es la del peregrino!" "Oh, pon en mi contra al cielo... Que las nubes lloverán sobre cada huerto. Oh, pon de tu lado al viento... Que si giran los molinos no me muero. Oh, ¡vamos!, pon el odio en mi sombra de viajero... Que llegaré al podio, usándolo como amuleto."

Compañía (Cuento: microrrelato)

  Ayer regresó del trabajo, cansada, harta. Con lo ojos a punto de estallar en lágrimas, y con la triste frente arrugada. La fuerte presión de su cabeza le oprimía el corazón y el orgullo ¿Llorar en público? ¡Mejor iba a ser tropezarse con sus propios pies! Tensa, por dentro triturada. Abatida, enojada. Un mejunje de sentimientos andante, un remolinete de sombras oscuras y colores decadentes; un melancólico alarido con pies y manos. Sus zapatos resonaban en los charcos que la lluvia dejó, mientras salía de la estación. Enfiló directo a casa, como los últimos seis meses. Pero en el camino se topó con ella. La saludó, y de inmediato, al verle la cara, supo que nada andaba bien. "Ven a tomar algo a casa", la invitó. Y sus excusas no fueron suficiente para rechazarle. Una vez en casa de su amiga, se largó a llorar. Explotó de llanto. La abrazó, se sintió dentro de un sitio seguro, así que habló. Todo aquello que le corroía el pecho, que le golpeaba el entrecejo con hostilidad, to

Cuento en verso de vida para combatir la tristeza

  Él, como un nene, se encaprichó con la vida; su padre bien le decía que vano era su esfuerzo, pero él se aferró a una idea sencilla ¡Y así iba regando cada brote pequeño! "¿Por qué todavía riegas todo brote, viejo maltrecho?... Nada de esto y aquello darán frutos que te beneficien a ti..." El anciano meditó un momento y exclamó avivado como el fuego: "¡Porque son de un dulzor más exquisito los frutos que no son para mí!" Y cuando le llegó la hora de partir sus palabras fueron las que no hicieron falta, pues había dejado una huella en el mundo que es concreta e innegable, y que no alcanzaría a describir en ésta mi humilde carta; ¡oh, el más hermoso jardín colmado de preciosas flores! Dedicado a Luquita.

"Tristeza" (Cuento: microrrelato)

 Más allá de la montaña Enojo, se esconde un prado; se llama Tristeza, pero los viajeros suelen llamarlo Alegría; quizá Alegría porque tuvieron que escalar una montaña de piedras filosas y por fin pueden descansar allí, en su tersa vegetación, alegres de encontrarlo. Pero como el río de Enojo pasa por Tristeza, se sigue llamando así ya que de lejos parece que la montaña llora.

Cuento en verso de un día común de la musa Clío

  Hoy les traigo un mito muy alegre, así que acomódense con un café caliente, porque tendrán que estar despiertos para el deleite. ¡No quiero ninguna bella durmiente presente! Y un día cantaba así, la musa de largo cabello: "No necesito que sus ojos estén abiertos; sino los oídos al tanto de mi enérgico y prudente canto. Quiero que den un paso adelante los guerreros, de esta multitud aquí reunida a la orilla del lago". Y cuando contó siete jóvenes valerosos,  ciñó la armadura a su cintura de delicado torso, para elevar así  el tono de su voz cual rugido de oso: "¡Enhorabuena, ocho seres partiremos allá a vencer! El dragón cada día sacrifica a más víctimas, y sus familias, la desgracia ya no deberán perecer a su merced". Entonces Clío acompañó a los héroes, que librarían al pueblo: "¡Oh, guerreros, denme su atención un momento! Estamos cerca de la guarida del despiadado, si no quieren más tragedias, escúchenme con cuidado." A lo lejos se oía la furia del in

Cuento en verso de una picadura

  "¡Escuchen; damas y caballeros! Aquí está mi amigo don Pedro Les relatará, flotando sobre ese techo, cómo fue atacado por un aguijón de insecto. Disculpen que esté amarrado como globo al puesto, no queremos que vuele lejos. ¡Sí, sé que les sorprende, yo tampoco lo entiendo! Pero escúchenlo al sujeto" Y así narraba, avergonzado, el pobre Pedro que levitaba entre humo:  "¡Oh, si conocieran la magia, no se meterían ni con el insecto más minúsculo!  Porque no fue el gas de alguna bebida agria; tampoco un espectro de otro mundo, ¡sino que fue un billywig de Australia, rondando por mi abrumador cielo nocturno!"   Continuó describiendo a su atacante, el hombre levitando en su sitio:  "... Ojos grisáceos como la roca humeante, piel recubierta por intenso azul zafiro . Es una bestia con alas sobre la cabeza, mide poco más de un centímetro. Cuídense de estos mortales a diestra y siniestra, porque sólo necesitan de un pinchazo mínimo..."  Despidiéndose habló el abe