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Poema del ciego

  Se encarnan desde la córnea, malestares poco indoloros. Frenético el orgullo traducido en cólera, ceguera que me hunde en aguas de lodo. La niebla que hay en mis ojos, espero que de irse sea pronta; no como los sueños convertidos en despojos, y el fármaco que bebí ahora. Que no dejara sabor en mi lengua tosca, ni peso en los huesos de mis hombros. La niebla de mis mirillas incoloras, que -presiento- no se irá con mi odio, se ha de llevar mi telescopio del croma. La que nubla mis pupilas ya de topo, de mi enojo protagónica, es la fina tela del velo que me corona; y que ante mis ojos, es el embrollo del pasado.

Poema de una añoranza

     Dulce perrito que vagabas en la calle, irrumpías en pupilas como quiste. Tu mirada punzante, y tus costillas que parecían cicatrices. Seré quien te acompañe, con el remedio tardío a tus ojos tristes. Voy hoy mismo, sin todo este equipaje; contigo, al país de alegres matices. Como  tú, desamparado de méndigo rico, voy de mis raíces y tallo libre. ¡Una galleta, agua!, ¡un trozo de pan! Palabras que articular no pudiste... Voy hoy mismo, con todo mi afán. Te veré en el país de los buenos; donde las nubes no son grises, y la noche no acaece más. Voy hoy mismo, pronto me verás; en el país donde las risas no terminen. Estoy ansioso de irme, de morir quizás, y vivir en el prado de tu cielo.

Poema a la señorita mayor

  Sonaba un cascabel, y un jilguero se posó en tu cuna; llamó a los ángeles esa vez, tarareándoles que aprendan de ti, relucir su talento con soltura. Picoteó la baranda, y una risita se le escapó al alelí; una Aurora nacía al alba, y de dones no la había que bendecir. Princesa hermana, de mil talentos traslaticios al arte; haces de tu sonrisa la causa, ay, finura de facción afable, de transformar al color en dulce pastel. Poco suave es mostrarme tan ufana, de ser pariente de talento andante; hace mucho tiempo de que eres humana, hace dieciocho años que ya no eres ángel. Se prepara la orquesta, mientras cae el mantel; cubiertos en la mesa, y qué sinfonía de chinchines. ¡Feliz Cumple! (05/09/2020)

Cuento en verso de un "¿Cómo se lo digo?"

  "Ay... ¿Cómo se lo digo?", suspiraba mi triste niño; me acerqué al adolorido, y sentándome a su lado acomodé sus rizos. "¿Qué te aqueja tanto, mi terroncito?", murmuré afectuosa a mi tierno hijo. "¡Alguien a quien estimo me ha herido el orgullo! No puedo perdonarle, si lo hago me portaré demasiado tolerante, o hipócrita como un tartufo; deambula a mi alrededor a buena gana y gusto, mi enojo crece a cada minuto".  Como lo conozco mejor que nadie, porque soy su madre, lo exhorté mucho... Y con paciencia, le conté un cuento sumamente viejo, que no lo afligió menos, pero le hizo pensar algo bueno; y fue aquello lo que a su idea le hizo dar en el anzuelo. El chiquillo, inteligente como cuervo, le escribió una carta a su amigo el perro. Que decía así, lo que escribió mi pequeño buen mozo: "Querido Samir, me haz herido el orgullo y yo no te perdono. Me agradas y todo, pero debes entender que me distanciaré de ti. Firma tu amigo el bobo, ése que aterrizó en

Cuento en verso de cierta catarsis

  ¡El mapa no decía nada! Entonces caminando por la cuadra fui con aquella anciana. Ella desde ya unos metros que me miraba de reojo, con su arrugada cara, y moviendo los párpados de sus pequeños ojos, ladeaba de arriba abajo su nariz aguzada. Lucía vieja y desdeñada, llevaba la apariencia de quien la atención no atrae nada, mas así como estaba yo todavía no la conocía como para juzgarla, ¡y allí, a ella me aproximé y le pregunté cómo podía volver a mi casa! ¡Oh, viejita, si tú supieras cómo volver a la tuya, ya lo habrías hecho! Y si así fuera, yo no te vería a esta altura, de tu vida de largo trecho; esas razones le planteaba a mi ser, sin buen argumento. Entonces la anciana con rostro de benevolencia permanente, cuando le pregunté, dijo al momento: "Pequeña criatura, no deberías quedarte en tan mal cuento; te diré cómo huir de este sueño..." "... Camina con seguridad hacia la esquina, por la cuadra, al llegar arriba de esa subida, verás una camioneta blanca. Te acerca

Cuento en verso de vida para combatir la tristeza

  Él, como un nene, se encaprichó con la vida; su padre bien le decía que vano era su esfuerzo, pero él se aferró a una idea sencilla ¡Y así iba regando cada brote pequeño! "¿Por qué todavía riegas todo brote, viejo maltrecho?... Nada de esto y aquello darán frutos que te beneficien a ti..." El anciano meditó un momento y exclamó avivado como el fuego: "¡Porque son de un dulzor más exquisito los frutos que no son para mí!" Y cuando le llegó la hora de partir sus palabras fueron las que no hicieron falta, pues había dejado una huella en el mundo que es concreta e innegable, y que no alcanzaría a describir en ésta mi humilde carta; ¡oh, el más hermoso jardín colmado de preciosas flores! Dedicado a Luquita.

Poema de la prometida

  El dulzor de la dorada miel, y los fuegos artificiales que brillan, titilan en corto circuito con mi ser, e intento modelar la idea como arcilla. Pues no sé si suave o delicado, qué efusivo o si eriza la piel; leo "beso" en el papel, acontece tierno diálogo, y no sé, no sé al libro comprender. ¿Se les hará agua la boca, a ellos -los amantes- por conocer su nitidez? No sé, no sé si el alias les apasiona, como el aroma del mejor tentempié. El encanto de la mejilla apretada, por despedirse o decir "hola", y el calorcito que a veces emana; sé de ese casto beso común como norma. No sé; no sé si por mi vida enana, o lo asocial de mí en pasada historia; no sé si soy yo, que un problema ata, que ignoro a qué ha de saber esa gloria. Mocito, de quien mi pensar se desvela; no sé si cuando te conozca tú disculparas, porque no sé si a veneno de hiedra, o al caramelo. ¡No sé, no sé a qué sabe un beso!

Poema del espantapájaros

    ¡Vete, vete de su terreno! Fecundo y de él digno, cuyos frutos dulcísimos, no probarán tu veneno. ¡Vete hoy mismo! De su jardín pionero; que los portales te sean enemigos, de hogares desbordantes en helechos. ¡Fuera, sombra de carnero!, plaga de recuerdos en ponzoña, amenaza latente de espíritu atascadero; palabrera obnubilada por escoria. ¡Vete, vete de su esmero! El que aguarda su colonia; las cálidas chimeneas de invierno, y los bulliciosos veranos en la costa. ¡Que te vayas de su vista! Si la  desilución le destroza; dijiste ser moza, mujer selectiva. Tan hermosa cativa y fina boca, ocultaba daga en filo provista. ¡Vete, vete de su terrenal vida! ¿Que no ves las espinas que solloza?, clavadas en piel de amante deshojado. Y que por llenar tu cáliz plateado, casi se nos va él, con viento en popa, al descanso eterno en tu sanguinario rosal.